martes, 2 de agosto de 2011

talué

A los vecinos se les acaba de estropear la vida y lo están tirando todo por la ventana. Cuando digo todo, lo digo todo. Están tirando las sartenes, las revistas porno del supuesto hijo modelo a seguir, los peces, los juegos de mesa, la radio que ganaron con los puntos del País, la colección completa de las temporadas de Friends, los libros intelectuales que tenían en la estantería sólo por parecer cuerpos movidos por mentes dimensionales, la bicicleta estática con la que tanto mundo recorrieron, los botes de Nutella, el gato Barrabás, las ganas de vivir, ya sabes, todo eso.
A ver, era un ataque histérico más o menos normal. Bueno más menos que más. Pero dentro de lo caótico y lo infumable, no era tan raro. Lo que realmente me sorprendió fue cuando empezaron a embadurnar la casa con típex. La madre no hacía más que gritar: "¡eso no sirve para nada, los típex tapan los errores pero dejan señal de que hubo error!". Todo muy apocalíptico.
Más tarde, comenzaron a quitarse la piel, los huesos. Mientras les quedaba boca a los cuatro miembros familiares(mierda, miento, el gato ya estaba negociando con las parcas en el inframundo; son tres) no hacían más que chillar entre sollozos nerviosos como grandes bestias que se extinguen que sus cuerpos eran jaulas y que tenían que liberarse, joder, tenían que liberarse. Y así fue. Se quitaron todo. Todo. Y unas almas de un color que jamás había visto antes, indescriptible, se metieron en los faroles del parque del edificio. Impresionante. Todos los vecinos éramos unos cutres y nunca las renovávamos, pero esta vez, gracias a esos espíritus o yoquesé, quizás abono eléctrico, ni idea, las luces brillaban más que nunca.
Bueno, realmente no me quejo. Antes me saludaban con un terco hola y cuando veían que yo iba a coger el ascensor aceleraban y subían andando, ahora al menos las bombillas del jardín tienen más potencia gracias a ellos.
Lo más curioso de todo es que después de todo esto, en su casa sólo quedaba un papel. Unas instrucciones que enseñaban cómo vivir, un manual de supervivencia. En el apartado de Casos de Emergencia aparecía lo siguiente: "Si de pronto todo carece de sentido, tirarlo todo por la ventana, deshacerse de cajas, simplificarlo todo. Dejar que todo fluya, dejar que todo brille".
Vaya, qué cosas. La eficacia de mis vecinos brillaba por su ausencia. Bueno, en todo caso, hicieron brillar las bombillas, no les salió del todo mal.

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