lunes, 14 de febrero de 2011

Autocrítica

La semilla crece. Crece y crece y el capullo comienza a abrirse, a florecer y todo es un proceso aparentemente precioso y lleno de vida, hasta que por fin se abre, y nos descubre que en el interior, en vez de haber una hermosa flor, hay una fuente de bichos y putrefacción.
Todo esto ocurre porque regamos con los productos inadecuados. Regamos, sí, regamos, pero con ácidos que encontramos por ahí. Y es que no es de extrañar, creamos héroes de basura y pasarán décadas hasta que nos demos cuenta de que el asunto huele mal, los músicos eran las voces de la gente de las calles hasta que decidimos que en España la portavoz oficial fuera Belén Esteban, preferimos suprimir CNN+ para dar lugar a Gran Hermano 24 horas para ser espectadores de vidas ajenas que en realidad sólo quieren un buen puesto en Sálvame mientras las nuestras se nos escapan de las manos, alardeamos de que debatimos cuando en realidad gritamos e insultamos ante cámaras, y luego, después de todo esto, incluso se nos da por decir que somos avanzados, modernos y civilizados. Lo de siempre, ir de modernitos mientras el mundo se va quebrando y nosotros con los brazos cruzados pero con las cuerdas vocales bien tensas.
Y es por eso por lo que tenemos que regar, porque es imprescindible, pero regar bien. Sin dejar que los medios de comunicación rieguen tu mente como quieran, sin que consigan que veas lo que sólo quieren que veas, no ver sólo lo que te filtran, ver más allá.
Regar con conocimiento, para que nunca nadie logre que en vez de bombear sangre, bombeemos mierda.

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